Alpiste y ponqué convertido en migajas para los pájaros. Agua para las plantas. Sobras para los perros. Pan mojado en chocolate para la lora. Escoba y trapero para toda la casa. Esa es su rutina diaria desde hace veintitrés años, tiempo que coincide con la partida del último de sus hijos. Ni un día deja de cumplir sus tareas. Los domingos en la mañana lava la ropa y la extiende en el patio para que se seque. En la tarde va a cine. Cada vez le cuesta más encontrar películas de su agrado en los pocos cines que van quedando en pie en el Centro; los que quedan se han convertido en iglesias llenas de gritos histéricos o en cines dedicados a la rotativa de pornografía. Cada vez que camina a paso lento por la séptima recuerda los años dorados del cine mexicano. “Que poco nos queda” piensa la anciana; un poco por el cine, un poco por sus fuerzas. Al salir del cine compra dos cervezas, dos almojábanas y dos panes rellenos de chocolate. Ella es la encargada de la bebida y del postre y nunca ha faltado a esa tradición. Apura el paso, tiene una cita muy importante.
Como todos los domingos, espera a que ella se vaya al cine. En cuanto escucha la puerta guarda herramientas y juguetes. Cada semana hace menos juguetes. En parte porque cada vez compra menos madera, en parte porque cada vez le cuesta más controlar el temblor de sus arrugadas manos y la rebeldía de sus ojos. Saca su cuaderno de apuntes. Ahí están anotadas todas las recetas de lo que ha cocinado cada domingo. Esta vez elige un sandwich que lleva pollo, rúgula, tomate y queso azul. Escoge cuidadosamente su corbata y su sombrero, necesita verse increíble. A paso lento recorre las pocas cuadras que lo separan del Parque Nacional. Cada día le pesa más la canasta que él mismo construyó, en la que guardó los dos sandwiches y una rosa roja. Debe llegar antes que ella y tener todo listo para su domingo de merienda en el Parque. Quiere ver su sonrisa cuando lo vea con la rosa roja en la mano. Después de tantos años de búsqueda descubrió que lo único que necesita es ésa sonrisa que lo enloqueció hace más de cincuenta años. Ésa sonrisa que lo lleva a viajar en el tiempo y verla como la primerza vez. Ésa sonrisa que hizo que olvidara como caminar y respirar a la vez. Ésa sonrisa, nada más.
Mientras suena: Always on my mind. Elvis Presley.
septiembre 29, 2010 en 8:51 pm |
Qué bonita historia. Muy cierto lo de los cines del centro, es una lástima que se les haya acabado la gloria.
septiembre 30, 2010 en 9:51 am |
Hola Lina
Que bueno otra vez por acá. Lástima la muerte lenta de los cines tradicionales. Supongo que es el precio del “progreso”. Ojalá algún nostálgico con plata remodelara uno, solo uno y se convirtiera en El plan visitarlo.
Saludos.
octubre 4, 2010 en 9:11 am |
Quiero tener mi amor, mio propio, de mi propíedad asi, tal cual, dentro de 50 años. ¿Ser que si?
octubre 4, 2010 en 9:18 am |
Hola Mema.
Así tal cual lo imaginas, lo tendrás; no lo dudes.
Un abrazo.
octubre 11, 2010 en 8:50 am |
Me encantò que dejaras ese comentario, porque asì pude llegar a tu blog. ¡Está muy bueno!
Hoy ando toda sensible y este post me hizo aguar los ojos.
octubre 11, 2010 en 8:59 am |
Hola Lalu.
Muchas gracias por pasar por acá.
Tu comentario es de los más bonitos que me han hecho. Que bueno que haya toca do tu sensibilidad.
Saludos.
octubre 13, 2010 en 11:30 am |
Acabo de ver la noticia de los mineros, de las esposas que esperan con ansiedad, de las lágrimas… y luego… luego leí esto y me tocó secarme la lagrimita discretamente en el trabajo. “Ésa sonrisa que hizo que olvidara como caminar y respirar a la vez. Ésa sonrisa, nada más”. ´¡Qué bonita descripción! ¡Qué ganas de salir a enamorarse! ¡Qué aburrido que es estar en la oficina!.
octubre 13, 2010 en 2:48 pm |
Hola María Carolina.
Me alegre haberte conmovido. Y me parece genial y te hallo toda la razón en lo que dices: dan ganas de mandar excel a la porra y enamorarse.
Saludos.