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Crónicas del nuevo mundo

diciembre 13, 2014

La estadística se convirtió en la herramienta que impulsó a la población a cuidar de su salud. Después del desastre económico de 2032 el 81% de los Estados se declararon en bancarrota. El fin del petróleo unido a la especulación financiera de la banca de inversión llevaron al planeta a un estado de caos nunca antes vivido.

Los altos costos que asociados al precario funcionamiento del Estado llevaron a recortes en el presupuesto de educación y salud. Defensa no, por supuesto, la amenaza terrorista, aunque invisible se cernía en la imaginación de los habitantes. Los recortes en educación pronto crearon una élite mediocremente educada que dominaba a una amplia clase media baja sin acceso a ningún tipo de educación. El Estado, preocupado por su pueblo determinó garantizarles el acceso al entretenimiento, algo es algo, peor es nada. De esa manera mantenían tranquilo al 92% de la población, desde que tuvieran suficientes chismes de la farándula, canciones que hablaban de emborracharse, películas en 5D con explosiones tan reales que algunos perdían las pestañas; la gente estaba tranquila.

El recorte en el presupuesto de salud fue mucho más significativo. No había dinero para mantener médicos, hospitales, mucho menos tratamientos reactivos, todo debía ser proactivo. Sí hubo dinero para un minucioso estudio que determinaba las probabilidades de ocurrencia de enfermedades y su correspondiente probabilidad de supervivencia. Si la probabilidad de supervivencia era inferior al 71% se le suministraba al «paciente» una pastilla que pondría fin a su sufrimiento aun antes de empezar. La familia y los amigos del «paciente» se reunían en edificaciones construidas expresamente para facilitar el adiós, costaban de salas íntimas en las que se garantizaba el acceso ilimitado a comida y bebida. Por lo general, para el momento en que el «paciente» ingería la solución a sus problemas que no habían empezado, familia allegados y el mismo paciente estaban tan ebrios que no entendían bien qué sucedía, lo cual era un alivio, sin duda, otra muestra de que el Estado aunque pobre aun se preocupaba por su pueblo. Para la élite era distinto, desde antes de concebir las parejas pudientes se sometían a rigurosos tratamientos de mejoramiento del material genético. De esta manera garantizaban que tanto óvulo como espermatozoide fueran perfectos, por lo tanto el feto y el consiguiente bebé eran a su vez perfectos. Con los años todos los niños empezaron a parecerse entre sí, los padres no sabían diferenciar a sus hijos de los hijos de otras personas y hubo dolorosos casos de intercambio de niños que en realidad no dolían porque nunca notaban la diferencia. La poca variabilidad genética trajo problemas de reproducción a la élite lo cual los llevó a mezclarse, de mala gana, con lo más selecto del pueblo. Esta nueva costumbre trajo otros problemas, los cuales serán materia de estudio de entregas posteriores.