Fue como esa vez que me tocó llamarlo un domingo a las 6 de la mañana, a que fuera al aeropuerto y agarrara el carro, ¿se acuerda? ese día se iba la negra. La despedida fue privada parce, y eso que ella me dijo que no quería verme por allá, que no quería verme ni en las curvas, es más en la vida quería volver a verme; igual me importó cinco, y a las 7 de la noche llegué a su casa con pizza y vino, apenas entré las amigas se me fueron encima que qué hacía allá, que la dejara en paz, que ella se iba, que se iba pa’ siempre viejo, for ever and ever, es que no entiende o qué; bueno culicagadas la vaina es entre la negra y yo, ustedes se callan y se quedan quieticas, no sean sapas; casi se les cae la quijada a esas viejas, pero no dijeron nada, siempre existió un odio cordial entre sus amigas y yo, usted sabe viejo, la princesita que era ella hasta que se metió conmigo, ¿se acuerda? es que ella tenía toda la actitud, solo faltaba alguien que la descubriera y fui yo, ¿quién más?, bueno ahí arrancó la despedida, empezamos en su cuarto, nos acabamos la pizza, el vino, las energías y las lágrimas, la seguimos en ese bar de la candelaria que tanto le gustaba, la rematamos en un motel al lado del aeropuerto, pa’ llegar a tiempo le dije y ella rió durante media hora, con esa risa tan suya, tan llena de dientes muy blancos, y carcajadas largas; no se como llegamos al aeropuerto, el último abrazo fue largo y triste, la miré caminar hasta que se hizo pequeñita, hasta que solo veía la mancha roja de su morral; ahí fue cuando lo llamé viejo, porque no podía manejar, ¿sabe una cosa? la negra cumplió lo que dijo, nunca nos volvimos a ver, ni siquiera cuando me subí en un bus y estuve dos semanas rumbo al sur, buscando esa ciudad helada en el sur del sur de Chile, esa ciudad que me importaba cinco, mucho turismo, mucho lago, mucho glaciar, pero la única atracción que quería ver era a la negra. Y no, nada, no había vuelta de hoja, viaje perdido, al menos conocí la nieve.
Mientras suena: Te juro que no. Aterciopelados.