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Picnic entre amigos

julio 8, 2019

En esa época ignorábamos que esa suave ondulación se convertiría en una cordillera. Cuando la ondulación empezó a crecer y a convertirse en una pendiente hicimos unas cuantas llamadas y organizamos una reunión -un picnic- de amigos que habían dejado de verse para actuar como adultos. Algunos se habían metido tanto en su papel de personas importantes y productivas que dijeron cosas como «déjame revisar mi agenda y te aviso», «ese día tengo una reunión importantísima con unos clientes potenciales», «no tengo tiempo de nada, me ascendieron y por fin tengo la vida que había soñado solo que no puedo vivirla».

Al final confirmamos asistencia quince personas entre amigos y amigas, sus parejas, hijos e hijas. También se unieron un par de perros que se pegaron al plan al sentir el olor a pan que salía de las canastas en las que llevamos la comida. Al llegar a la cima de la pendiente ya esta se había convertida en una pintoresca colina desde la que se veía el centro de la ciudad. «A esta colina le quedarían muy bien unos cuantos árboles», dijo Simona, quien por lo general tenía ese tipo de ideas que mejoraban la vida de la humanidad y nunca tomaba crédito por ello. Ramírez, entusiasmado por la idea, se quitó la camisa y los pantalones y con ayuda de materiales reciclables que cargaba en una bolsita de tela improvisó un bosque que pronto se pobló de pájaros y de unos pequeños roedores autodenominados ‘clémisos’.

Para la hora del postre y el café llegaron a la cima del cerro unas personas muy importantes, se les notaba por la forma de hablar como si fueran los dueños del mundo y nos hicieran un favor al dirigirnos la palabra. Nos mostraron unos permisos oficiales llenos de sellos de dependencias municipales y nacionales de nombres tan largos que ocupaban varias hojas unidas entre sí con cinta pegante. Los permisos demostraban que eran los dueños del cerro y que tenían licencia para construir un condominio, un hotel, un centro comercial, talar el bosque, exterminar a los pájaros y a los clémisos, todo de manera amigable con el ambiente.

Empezamos el descenso contrariados y a la vez preocupados porque los perros expresaron su deseo de llevar el caso a los tribunales de la ciudad. De tanto en tanto mirábamos hacia arriba y veíamos a las personas muy importantes hacer cuentas de cuánto cobrar por metro cuadrado, cómo lograr exenciones en impuestos y contratar por la mitad del salario legal. Estaban tan ocupados que no notaron que el cerro ya no estaba solo sino que hacía parte de una cadena montañosa. La última vez que los vi se gritaban a través de las máscaras de oxígeno sin entenderse unos a otros. Al volver a la ciudad nos abrazamos y aseguramos que volveríamos a reunirnos.