Archive for the ‘Momentos.’ Category

Dos postales sobre la dignidad

enero 9, 2019

Uno

Esa noche esperaba al cambio de semáforo para cruzar la Caracas y entrar a la estación de la calle cincuenta y tres. Pasé al lado de un hombre que escarbaba entre las bolsas de basura que los comerciantes de la zona habían dejado en la calle. Pasé a su lado y lo ignoré como si fuera parte del paisaje. Lo miré con detenimiento en el momento en que rompió un cristal contra el borde del andén. Para cualquier habitante de una ciudad el sonido de una botella rota a propósito es señal de alarma y esa vez no fue la excepción. Giré, listo para correr si era necesario y lo que vi me desarmó. El hombre había roto el pico de un frasco de loción y se echaba sobre sus ropas sucias, muy sucias, los restos de un perfume.

Dos

Los animales, al igual que los humanos, crean hábitos, rutinas que siguen día a día. Cerca a mi oficina hay un árbol pequeño en el que Moncho, mi perro, orina todos los días. Cerca a ese árbol duerme un habitante de calle. Un día de diciembre este hombre consiguió guirnaldas y cds viejos y decoró el árbol. Al ver que me acercaba con Moncho me pidió que no dejara que el perro orinara su árbol de navidad. Por supuesto accedí y durante todos estos días he mantenido a Moncho lejos de ese árbol. Esta mañana al pasar por ahí vi que el árbol ya no estaba decorado, se acabó la navidad.

***

Hay pequeños triunfos de la humanidad, hay una dignidad que ni siquiera la dureza de la calle puede arrebatar.

 

 

El cuaderno que me regaló mi hermano

marzo 4, 2015

Mi hermano me regaló un cuaderno. Lo trajo de un viaje en el que se fue a mochilear en un país en los que cae nieve. Es muy jodido cargar cosas adicionales a las necesarias cuando uno está mochileando y peor si toca caminar con temperaturas bajo cero.

La tapa del cuaderno es una foto de un cielo azul, hay una nube blanca y pequeña perdida en ese cielo. El cuaderno tiene nombre, se llama Skywritting. Por dentro es una extensión de la tapa, cielos azules acompañados de unas cuantas nubes blancas. El tipo de cielo que uno imagina cuando piensa en un día ideal para salir a caminar.

He tenido muchos cuadernos a lo largo de mi vida, no me refiero a los cuadernos del colegio ni a los de la universidad, me refiero a varios cuadernos en los que he escrito con libertad, lo que que se me daba. Solo que nunca había tenido un cuaderno tan bonito y tan importante.

Durante un buen tiempo el cuaderno estuvo sobre mi escritorio, por las noches, al llegar de trabajar, lo miraba, pasaba las hojas y volvía a dejarlo en su sitio. Saqué el esfero más bonito que tengo y lo puse sobre la tapa del cuaderno. El esfero es rojo brillante; a la luz de las tardes de los días de sol, el azul del cuaderno y el rojo del esfero hacen un contraste como para tomarle foto, subirla a red social y posar de interesante.

Una tarde de diciembre vi una señora embarazada cruzar caminando una de las carrileras por las que todavía pasa el tren. La señora acariciaba su barriga, sonreía y le hablaba a su bebé. A la señora le importaba un carajo si alguien la estaba viendo, en ese instante en todo el mundo solo existieron ella y su bebé. Continué mi camino, aflojé el paso y repasé la escena. En ese momento entendí que el cuaderno había hecho ese viaje hasta mi escritorio para ser llenado con escenas de ese tipo. Ahora, estoy en pleno entrenamiento, busco escenas para mi cuaderno. No es un cuaderno cualquiera, además de ser muy bonito es un regalo de mi hermano.

 

La mañana que conocí el hielo

abril 21, 2014

A los trece años había leído casi toda la biblioteca de mis abuelos a excepción de unos pocos libros eróticos, escondidos por mi abuelo, que poco tiempo después también leí. En esos años me parecía una biblioteca gigante y muy bien formada, parte de entrar de lleno a la adolescencia fue descubrir que esa biblioteca no era tan grande.

Las vacaciones de colegio las pasaba sentado de espaldas a una ventana, emocionado con Miguel Strogoff, Robinson Crusoe y las hermanas March. Una mañana de diciembre, ahogado entre el polvo que recogen los libros, comprobé que me quedaban muy pocos libros por leer en la casa de mi abuela. Uno de esos que me faltaban era gordo, más gordo que cualquier otro que hubiera leído antes. En la portada tenía el dibujo de una anciana sentada en una silla tosca de madera. No tenía lomo, así que para saber el título tuve que abrirlo. Cien años de soledad. Lo miré por un lado y otro, medí su peso en mi mano. Miré los libros que ya había leído, no quería releer. Decidí empezarlo a ver qué, si no me gustaba lo dejaría y listo.

«Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía…» el inicio fue un golpe justo en el pecho. Ninguno de los libros que había leído empezaba así (y ninguno de los posteriores), más adelante decía que el mundo era tan nuevo que muchas cosas aún no tenían nombre. Ese fragmento me emocionó, me sentí feliz, no sabía por qué pero ese libro me hablaba a mí, un niño de trece años. No pude soltar el libro hasta terminarlo.

Esa mañana de diciembre me marcó. Ese libro significó el paso de los libros infantiles y de aventuras a los libros de «adultos» (que también son de aventuras pero de otro tipo), ya no hubo vuelta atrás en mi fascinación por el ritmo de las frases de García Márquez. Algunos años después leí El amor en los tiempos del cólera y reí hasta las lágrimas, que es la mejor forma de reír, y descubrí a quien es mi personaje favorito: Juvenal Urbino.

Desde estos párrafos no aporto nada a la leyenda de García Márquez (nunca le dije, ni le diré Gabo, me parece un exceso de confianza), nada de lo que pueda decir o escribir es nuevo o no ha sido dicho antes. Estoy acá sentado escribiendo esto y lo único que quiero es decir lo feliz que soy al leer a García Márquez, lo mucho que me cuesta volver a ver el mundo con los mismos ojos después de sumergirme en el ritmo embriagante de su prosa; con él aprendí que el colombiano también es un idioma y es un idioma universal. Por último, digo al aire y a quien quiera escuchar: gracias Gabriel García Márquez.

 

Receso

enero 13, 2012

«Por partes» entra en receso de dos semanas por vacaciones.

Pronto volverá a su programación habitual.

Mientras suena:

Adiós al héroe

abril 30, 2011

Hace un año estaba en Argentina. Entre los sitios que deseaba visitar estaba Parque Lezama en Bueos Aires, sitio donde se conocen Martín del Castillo y Alejandra Olmos. Martín y Alejandra son muy cercanos a mí, son los personajes principales de «Sobre héroes y tumbas», el libro que más veces he leído, al que regreso una y otra vez, el que siempre me deja con un nudo en la garganta y los ojos llenos de agua.Por supuesto, fui a Parque Lezama, vi las estatuas, las bancas donde inicia todo. Otro de los sitios que deseaba ver era Santos Lugares y visitar al autor de «Sobre héroes y tumbas»: Ernesto Sabato.

A Santos Lugares llegué en tren (para un colombiano viajar en tren siempre será una gran experiencia), es un pueblito pequeño y tranquilo; lo recorrí varias veces a esa hora muerta que es el medio día. Entré a una pizzería comí pizzas de sabores que nunca había imaginado y le pedí a la chica de los ojos más bonitos que he visto las indicaciones para llegar a la casa de Sabato. Dibujó un mapa en el reverso de un individual y así llegué. Una casa extraña, frente a un colegio y al lado de una tienda de barrio. Toqué el timbre y una chica muy joven salió. Le conté quién era y porqué estaba ahí, sonrió y me explicó que Sabato ya no recibía a nadie, que estaba en cama y muy débil. No sentí tristeza ni desilusión. Llegar a su casa y verla; estar tan cerca del héroe fue suficiente para mí.

Sus libros me han sacado de días muy negros. El túnel, Sobre héroes y tumbas, Abaddón el exterminador, La resistencia, Antes del fin…todos. Solo puedo estar agradecido. La vida es linda y terrible a la vez; sobre eso Sabato ha escrito mejor que nadie. Gracias Ernesto Sabato.

Un fragmento de «Antes del fin»:

«Me estremeció una noticia que leí esta mañana en el diario; la recorté y la guardé en uno de los cajones de mi archivo, entre esos tantos retazos que en estos años me han ayudado a vivir.
Una mujer, en un crudo invierno, apenas con una remera y un pantalón, se escapó del Hospital Psiquiátrico con el deseo de ir a buscar a su compañero. Aprovechando la distracción del maquinista, robó una locomotora y haciéndola funcionar sin dificultad, comenzó su odisea. Él había trabajado en el ferrocarril y le había enseñado a conducir trenes y «muchas cosas más».
‘Si ustedes supieran lo que es el amor, me dejarían seguir’, le decía al oficial que la detuvo y, mientras la llevaba a la comisaría, con llantos desesperados, gritaba: ‘¿Vos nunca hiciste nada por amor?’.

He querido rescatar esta historia de entre mis papeles, ya que de alguna manera, cuando el razonamiento nos conduce al borde de la psicosis colectiva, estos actos son lo más parecido a una salvación.»

Mientras suena:

Cuatro.

agosto 12, 2008

Increíble, no? Acá estoy de nuevo. Cuatro años después. Ya han pasado cuatro años desde que empacaste tus cosas y dejaste media cama vacía, un closet desocupado y un corazón muerto. Sí, ya se que he roto mi promesa de nuevo. Aunque si a eso vamos, en promesas rotas hace mucho me ganaste. Me siento cansado, sabes? Y en ese estado no hay promesa que valga. Solo nostalgias que quitan el sueño y despiertan momentos largo tiempo «olvidados».

Sabes qué es lo más triste? Yo no quiero un último polvo épico, ni siquiera un último beso apasionado. Lo que quiero es una última tarde de diciembre contigo en el parque, tomar tu mano de dedos largos y finos, quitar el pelo que el viento juguetón lleva a tus ojos, y así poder mirar por última vez tus ojos cambiantes con el sol, y quedarme así para siempre, viviendo en ese instante sin futuro, sin mentiras y sin desilusiones. Eso es lo que quiero, quedarme en tus ojos para siempre.

Mientras suena: Hipnotízame. Fobia.

La siesta de la tarde.

agosto 4, 2008

Ni se moleste en intentar subir el volumen, ese botón sacó la mano. Igual después de un rato ud se acostumbra y empieza a escuchar.

Muy bacano ese sol, no? Sabe de qué me acuerdo? De cuando era niño y estaba en el colegio, de cuando almorzaba y me echaba a dormir toda la tarde. Me acuerdo de ese sol fuerte de diciembre, que entraba por una ventana que tenía un ángel con una vela en la mano, de esos adornos que se prenden por la noche, bueno en fin, recuerdo esos días de siestas interminables con el sol de la tarde en la cara. Y cuando por fin despertaba tomaba chocolate caliente con pan, que manjar no? De esos chocolates preparados de la forma tradicional con molinillo y hervidos tres veces. No, ni idea, no se si los chinos de ahora echan siesta en la tarde. Yo creo que no. Claro, pobrecitos.

Mientras suena: Wasted time. Skid Row.

Momento uno

junio 15, 2008

Subo el volumen del radio. Aprieto el acelerador, quiero llegar a cuarta antes de esa pequeña pendiente que está adelante. Don’t you worry ‘bout what’s on your mind, canta el señor Jagger. Sonrío y acelero más, siento una repentina sensación de euforia. Bajo la ventana y dejo que el viento de la sabana entre al carro, los tiquetes de los últimos dos peajes deciden sumarse a la sensación de euforia y empiezan a bailar enloquecidos. La carretera está vacía, a excepción de esos bonitos árboles de hojas moradas que en tantas carreteras pequeñas he visto. Canto a todo lo que da mi garganta, I’ll satisfy your every need canto a dúo con el señor Jagger. Y tengo esa sensación, ya se que la felicidad eterna no existe, pero de vez en vez surgen momentos así, pequeños perfectos e inolvidables.

Mientras suena: Let’s spend the night together. The Rolling Stones.