«Deme uno de esos osos disfrazados de conejo, por favor». La chica sube a la butaca, baja el oso y se lo entrega. Lo examina, sonríe satisfecho. «Es para mi hija, mañana cumple cuatro años». La chica sonríe enternecida mientras trata de recordar si su padre le regaló alguna vez un oso; le pregunta si se lo envuelve para regalo, el hombre asiente, paga y sale silbando. Cambia de acera, entra a un almacén de ropa interior femenina. Sonríe a las empleadas que lo miran curiosas. «Ayúdeme a escoger un conjunto para mi esposa, por favor», le pide a una atractiva pelirroja de pecas minúsculas en la nariz. «La próxima semana estamos de aniversario y quiero sorprenderla», la mujer entrecierra los ojos en un gesto pícaro mientras piensa en su novio, ojalá la sorprendiera, ojalá volviera a ser el hombre de los primeros años. Le pide al hombre que describa a su esposa para mostrarle las mejores opciones de acuerdo a su color de piel y tipo de cuerpo. Le muestra cinco opciones, el hombre se concentra y cierra los ojos tratando de imaginar a su esposa finalmente suspira indeciso y se lleva tres conjuntos distintos, uno azul, uno negro, y otro rojo. El rojo es minúsculo, obsceno, el que quisiera recibir de regalo la pelirroja. Sale del almacén satisfecho de lo que ha comprado. Camina tres cuadras buscando un restaurante sobre el que leyó una muy buena reseña, lo encuentra, entra e inmediatamente pide el menú. Pide un risotto ai calamari. Cierra los ojos y trata de evitar un gemido de satisfacción con cada bocado. Es casi imposible. Al finalizar pide que le den una torta de chocolate para llevar, «para compartir con la familia, usted sabe cómo son», le dice al mesero en tono de camaradería.
Camina silbando y balanceando las bolsas con las compras. Se detiene frente al edificio donde vive, sube los escalones de dos en dos hasta el tercer piso. Sin hacer ruido introduce la llave en la cerradura y abre la puerta. Enciende la luz. Con un golpe de vista recorre todo su minúsculo apartamento tipo loft. La cama revuelta, las sábanas amarillentas piden a gritos ser lavadas, la estufa de dos puestos chorrea manchas de comida en los bordes, un pan duro y latas de gaseosa lo esperan en la mesa. Siente un golpe en su pecho, cada vez que entra a su apartamento siente lo mismo. Se sienta tratando de calmar su respiración acelerada. Saca la torta de chocolate, toma un cuchillo sucio de la mesa y corta un pedazo. Mira maravillado las venas azules que recorren sus muñecas. Come y llora a la vez. Indeciso. Termina el trozo de torta que ha cortado, se limpia la boca con la manga. Seguirá viviendo en su mundo de fantasías. Al menos mientras dure la torta.
Mientras suena: