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Inicios

agosto 26, 2015

Revisa el reloj de muñeca, es uno de los pocos que aún usa uno, las viejas costumbres son difíciles de dejar. Así como fue difícil acostumbrarse a la ligereza de su dedo anular después de quitarse el anillo que había portado durante diecisiete años. 5:30 am. Está bien de tiempo, puede hacer el recorrido por el sendero de trote a paso lento, acorde a su pésimo estado físico de cincuentón descuidado, estirar, ducharse, desayunar e ir a la oficina.

Hace sus estiramientos y empieza el trote a paso lento y pesado, el dolor de cuerpo empieza a los pocos pasos. Se arrepiente de someter a su cuerpo a esa tortura, se arrepiente de casi toda su vida. Recuerda con rabia y tristeza las últimas palabras que le dirigió su ahora ex esposa, no puede creer tanta crueldad, no esperaría eso de nadie y menos de alguien que en algún momento fue la persona más importante de su vida. A medida que entra en calor el dolor remite, se anima a dar pasos más largos y seguros, recuerda cómo se aburrió de vivir en la infelicidad e inestabilidad y decidió empezar de nuevo así el precio fuera un minúsculo apartamento en una zona estudiantil, rodeado de bares baratos y vecinos jóvenes y fiesteros. La rodilla derecha se queja a través de un dolor agudo, recuerda cómo en medio de la tristeza ocasionada por una nunca enfrentada soledad acudió a una página web de escorts. No fue mejor que masturbarse de afán en el baño y sí mucho más caro. El dolor de la rodilla desaparece y piensa en las tres citas con la bella e interesante dueña del café cercano a su oficina. La rodilla izquierda reclama su turno de expresar su indignación, recuerda que no hubo una cuarta cita por la reaparición de un esposo arrepentido que ahora sí iba a cambiar.

Acelera el paso, huye de los recuerdos, aprieta los dientes ignora el dolor y sigue, se obliga a poner su mente en blanco y solo se repite a sí mismo, otro paso, otro paso, otro paso. Levanta la mirada y ve el bebedero de agua. No se detendrá hasta llegar a su lado, da los últimos pasos por inercia, le duele todo, el cuerpo, los años, los recuerdos. Respira con calma hasta que su corazón toma un ritmo más pausado, camina en círculos alrededor del bebedero. Por fin, se agacha y bebe. De reojo ve un movimiento en los arbustos de la derecha. Mira con detenimiento, nada. Se inclina de nuevo para seguir bebiendo, un cachorro sale de los arbustos. Está flaco y asustado, llora y lo mira con temor. Con lentitud se acerca al cachorro y lo acaricia, sin saber por qué llora, alza al cachorro y lo abraza, todo va a estar bien, le dice. Lo envuelve en el saco de su sudadera y emprende el camino hacia su casa.