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La excepción al confinamiento

octubre 27, 2020

No pueden volver a encerrarnos, susurraban bajo los tapabocas y escribían en mayúsculas sostenidas en las redes sociales. Podían y lo hicieron. La nueva cuarentena era más estricta, los castigos más severos, las ansias por salir más insoportables. Solo un grupo reducido de la población conformaba la única excepción al confinamiento obligatorio.

Las únicas personas autorizadas para salir durante veinticuatro minutos al día, divididos en tres períodos de ocho minutos cada uno, fueron los dueños (¡papás! ¡mamás! vociferaron algunos) de perros. Un reconocido congresista presentó un proyecto de ley, aprobado de manera unánime, en el que se establecía que cada perroteniente (así se les empezó a llamar) debía registrarse en una aplicación móvil mediante la que se monitoreaban los recorridos y tiempos de salida. Los perrotenientes que violaban el límite de tiempo establecido pagaban elevadas multas, sus perros eran confiscados y entregados a nuevas familias dispuestas a adoptarlos y a cumplir con los tiempos permitidos. El contrato de la aplicación móvil -Apperr@- permitió que tres generaciones de la familia del congresista vivieran en la opulencia.

Las estrictas medidas convirtieron a los perros en un objeto de lujo. Los cachorros de perros criollos antes regalados o intercambiados por una donación simbólica se cotizaban en varios millones. Las granjas de perricultura se convirtieron en un próspero negocio, así como el alquiler de sementales y el ordeño de perros machos. Por supuesto esto trajo consigo el robo y tráfico canino, las estafas con supuestos cachorros que resultaban ser de gato disfrazado y los peligrosos y vanos intentos de domesticación de zorros, coyotes y lobos.

El punto de quiebre llegó cuando en cada casa había al menos un perro. La comida empezó a escasear, el aumento en la población canina llevó a la extinción a vacas, ovejas y cerdos. El abandono de gatos llegó a niveles nunca experimentados, estos se reprodujeron sin control y coparon parques, calles y tejados; además arrasaron con las poblaciones de ratas y palomas. Pronto la situación se hizo insostenible, la gente debía decidir si comer o darle de comer al perro, al salir debían luchar contra manadas de gatos que habían desarrollado una aterradora habilidad para cazar en grupo a humanos y perros. Ya para ese punto, aunque podían, las personas preferían no salir. Millones abandonaron a sus perros lo que desató la primera guerra felinocanina por la dominación mundial.