Archive for julio 2012

El espíritu olímpico

julio 30, 2012

Le falta poco para llegar. Cada brazada y cada patada le cuestan. No tiene técnica, la patada es casi inexistente. Su estilo para nadar es el de un tío cincuentón que solo se mete a la piscina en diciembre, en vacaciones. Sin embargo el público lo anima. Está en los olímpicos de Sidney del año 2000.

Eric Moussambani nunca fue un nadador profesional. Llegó a los juegos olímpicos por esas normas paternalistas que buscan estimular el deporte en los países en desarrollo. Eric nunca había visto una piscina tan grande, nunca había visto una piscina olímpica. Él entrenaba en la piscina de un hotel.  Eric entrenó apenas ocho meses para los olímpicos. Tiene el récord nacional de los 200 metros estilo libre para su país, Guinea Ecuatorial. Completó el recorrido en un minuto y cincuenta y dos segundos.

Nadie me lo ha preguntado, probablemente nunca lo hagan. Sin embargo si alguna vez sucede, si alguna vez debo responder qué es el espíritu deportivo, el espíritu olímpico; mostraré el video de Eric Moussambani cruzando la piscina, solo, sin fuerzas, aplaudido y reconocido su esfuerzo. Porque en últimas lo que importa es eso, pelearla contra las propias limitaciones y completar el recorrido. Al final la pelea es con uno mismo.

Eric imponiendo el récord nacional para Guinea Ecuatorial:

Para salir de dudas lo arrojó al río

julio 17, 2012

Rasputín no mira hacia la cámara. Mira hacia algo que está al lado derecho de la persona que tomó la foto. Tal vez había alguien ahí al lado del fotógrafo. Alguien a quien no quería dejar de mirar. Porque todos sabemos sobre el poder de la mirada de Rasputín.  Miro la foto con detenimiento buscando el magnetismo que quienes lo conocieron le atribuían. Es posible que esté ahí, que haya sobrevivido al paso del tiempo y a los inicios de la fotografía. O tal vez no y todo está en mi cabeza y en mi propensión a imaginar cosas. No, definitivamente ahí está. No es mito ni invento mío.

Rasputín no es lo que un adulto responsable llamaría «un modelo a seguir», pero por un lado yo no soy un adulto responsable y por otro,  se trata de uno de mis personajes históricos favoritos. Carismático, borracho, dominante, manipulador, brillante, taimado… un hombre de su tiempo podría decirse. Utilizó todo lo que tuvo para su beneficio. Creó un personaje, lo desarrolló y lo interpretó hasta su muerte. A veces me pregunto cómo será eso, qué se sentirá ser un personaje y no una persona. Como esos profetas que convencen a sus seguidores de darles todo su dinero y suicidarse. Como esas personas que salen en los medios pontificando. Como tanto habitante 2.0, en especial en twitter, que no tiene cara propia ni un nombre.  Me pregunto si Rasputín en algún momento se salía de su personaje. Me parece que no, que se volvieron uno.

Un noble, cansado de la influencia de Rasputín sobre el zar y su familia decidió matarlo. Lo invitó a comer y le dio suficiente veneno para matar a dos personas, no pasó nada. Siguió comiendo y bebiendo. Le disparó por la espalda varias veces. Tampoco funcionó. Aunque cayó al piso se levantó dispuesto a luchar. El mito de la época decía que era inmortal. De un salto escapó de la casa corriendo hacia el río, el noble le disparó de nuevo tumbándolo sobre la nieve. Se acercó y lo remató. Para salir de dudas lo lanzó al río. La autopsia determinó que Rasputín murió ahogado. Hay algo en esa historia que aun no logro asir, se me escapa. Hay algún significado detrás de esta extraña historia. Parece de terror. Como en las películas, que el monstruo/asesino siempre se levanta una vez más. Tal vez no hay moraleja ni significado, tiendo a pensar mucho y buscar los dobleces en las historias. ¿Cómo saberlo? Me gustaría preguntarle a Rasputín cómo hizo para levantarse tantas veces. Qué quería. Si valió la pena.

No tiene nada que ver con nada. Es la canción que suena en mi cabeza por estos días:

Botellas lanzadas al mar

julio 1, 2012

Reunirse con la gente del colegio es volver quince años en el tiempo. Ya no somos esos adolescentes que se reúnen a hablar mierda en el recreo. Los miro y es como si no pasara el tiempo. Como si no se dieran cuenta que el tiempo ha pasado. Tal vez sí, tal vez disimulan. El presente no existe en la charla, los mismos chistes, las mismas historias, «se acuerdan de la vez que…», muchas risas. Con lentitud la conversación decae, las risas se hacen menos frecuentes, evitamos las miradas. Somos treintañeros que hacen quince años no se ven y ya no tienen, ni tuvieron, nada en común.

Voy por la quinta cerveza y quiero contarles que estoy pensando en Casablanca. Que Casablanca no es una ciudad en Africa, es el purgatorio. Tan cerca del infierno y tan lejos del cielo. Que Rick regaló su pasaje al cielo, que los finales felices deberían ser abolidos de las películas, que los finales felices no existen. Pienso en Gelsomina y Zampano y se me cierra la garganta. Gelsomina tan ingenua y con su mente tan frágil. Que La Strada es la vida misma y Zampano a todos, tarde o temprano, nos jode la vida. Quiero hablarles de ella. Ella. Abro la boca y la cierro porque el Gordo cuenta que el día que nació su hija se fue a celebrar con putas y con trago. Me asquea lo que hablan, me asquea sentirme mejor persona que ellos solo porque he leído a Kundera, porque he visto par películas clásicas, porque nunca he puesto cachos, porque quisiera tener una hija y malcriarla. Me asquea sentirme superior por tan poca cosa, por estar tan lejos de todos, igual que hace quince años, porque no entiendo nada. Porque los planes se quedan en eso, planes. Pido un chocorramo. Me voy sin decir adiós, muerdo el chocorramo y le pongo la cara al viento helado de la madrugada. Pienso en botellas lanzadas al mar. Hay mensajes adentro. Me pregunto si algún día esa botella en particular llegará a su destino.

Mientras suena: