-¿Y qué? ¿Lo dejamos ahí?
-No sea güevón, ¿con este frío?
El anciano continuó en la misma posición en la que lo encontraron los policías, los codos sobre las rodillas, la cabeza sobre las manos. La chaqueta de pana que vestía y el pantalón de paño no eran protección suficiente para el frío de la madrugada. Gómez levantó la voz para hacerse oír por encima del ruido de los carros que pasaban veloces por la avenida:
-¿Cómo se llama cucho? ¿Dónde vive?
Aguirre se sentó en la acera al lado del viejo. Los tenis del anciano estaban rotos, en el derecho se veía un pedazo de pie descubierto.
-Fresco Gómez, váyase.
Gómez no disimuló el alivio que sintió al escuchar estas palabras, se despidió y caminó hacia el sur en dirección a la parada de buses, aun podría tomar el último. Aguirre tomó del brazo al anciano, con suavidad lo levantó. Adaptó su ritmo al paso vacilante del anciano. Caminaron tomados del brazo hasta una cafetería 24 horas. Pidió una sopa con pan para el viejo y un café negro para sí. El anciano se tomó la mitad de la sopa, la otra mitad la regó sobre su ropa y sobre la mesa. Aguirre lo limpió, partió el pan en pedazos muy pequeños y uno a uno se los dio en la boca.
-Gracias mijo-. Aguirre evitó la mirada del anciano y lo ayudó a ponerse en pie.
Con delicadeza, Aguirre lo ayudó a bajar del taxi. Extendió el sofá cama y le puso sábanas limpias. Acostó al anciano y se encerró en su cuarto. No sería por mucho tiempo, además le hacía falta cuidar de alguien.
Mientras suena: