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Sed

agosto 10, 2016

Enciende el celular, queda un 10% de batería, saca la mano por la ventana de la camioneta y extiende el aparato en todas direcciones. Nada. No hay señal. Se quita la camisa empapada en sudor, se la amarra a la cabeza y se baja del vehículo. La pequeña colina de arena sobre la que se detuvo no se diferencia en nada de las otras cuatro en las que se detuvo con anterioridad.

Frente al morro de la camioneta se extiende un océano de arena amarilla, da la vuelta, nada cambia, solo arena. Se sienta en la sombra producida por el enorme vehículo. Respira con dificultad por el calor, tiene los labios resecos y se siente muy débil. Tiene sed, mucha sed. No ha bebido agua en catorce horas, desde que se perdió.

Era una visita de rutina. Debía visitar a un anciano en un rancho ofrecerle la consabida indemnización y listo, que no jodiera más. Nada de estrados judiciales, ni de periodistas metidos que no entendían nada. El viejo tampoco tenía la culpa de haber construido su rancho y de cultivar justo sobre la reserva de crudo más grande de la zona norte del país. Él tampoco tenía la culpa de que el método de explotación hubiera secado la región, así eran las cosas. Pobre viejo, en todo caso. Además estaban los bonos por rendimiento, y él rendía mucho.

Entra en la camioneta, le queda medio tanque de combustible todavía, suficiente para encontrar un sitio habitado. Ignora la voz que insiste que ya no queda nada habitado en ese desierto. Esa voz tiende al pánico y él jamás cae en el pánico. La solución es elaborar un plan y llevarlo a cabo. Es muy sencillo, debe avanzar hacia el sur, hacia donde la sequía no se ha apoderado del todo de la tierra. Si tan solo supiera donde es el sur.

Arranca hacia donde cree que es el sur, las dunas pasan por los costados de la camioneta y se convierten en manchas amarillas sin forma. Siente la cabeza pesada, está a punto de dormirse. La voz le dice que no es sueño sino la muerte la que quiere apoderarse de él. Se detiene una vez más, el sol está muy abajo, queda a lo sumo dos horas de luz, si la noche lo encuentra en el desierto…

Un punto negro a la izquierda de la trompa de la camioneta llama su atención. Entrecierra los ojos para enfocar mejor. Puede ser una construcción, una roca, o un espejismo. Sea lo que sea debe llegar. Lo importante para no caer en el pánico es elaborar un plan y ejecutarlo.

A medida que se acerca al punto negro éste va tomando la forma de una construcción humana. Acelera en una carrera contra el sol y la sed, lleva el pie pegado al piso y sabe que va a perder, sin embargo no deja de acelerar. El sol se oculta detrás de las dunas, el frío del desierto lo asalta, el cambio de clima lo pone a temblar. Tiene la garganta seca, le duele la cabeza, se siente débil y siente mucho frío.

Detiene la camioneta frente al rancho y se arrastra hasta la puerta. Un viejo de piel apergaminada arrastra los pies y con dificultad lo ayuda a entrar. El hombre lo mira y hace señas de beber algo, no puede hablar, la garganta cerrada se lo impide. El viejo camina despacio hasta una cocineta en ruinas, el sonido de un líquido que cae en un recipiente llena la única habitación del rancho. El hombre cierra los ojos y sonríe.

-Lo esperaba más temprano, doctor. Tome, es lo único que me queda.

El hombre recibe el cuenco de barro lleno hasta el borde de un líquido negro, espeso y de olor fuerte. El cuenco cae al piso y se hace pedazos, el silencio y la oscuridad rodean y se tragan al hombre.