El olor del café barato llegó hasta su nariz provocando una mueca involuntaria. «Huele a trapo mojado», pensó distraído mientras miraba por el sucio cristal de la minúscula ventana. La décima era un adelanto del apocalipsis. Barro por todas partes, lluvia eterna, ladrones, un caballo viejo y flaco halando una carreta, un perro lanudo y sucio ladrando ronco, todos tan apurados corriendo hacia ninguna parte. «Los hechos, solo los hechos, nada de divagaciones» se dijo a sí mismo quitando los ojos del sucio cristal y de la apocalíptica décima. Solo que los hechos cada vez le gustaban menos. «Soñador de tiempo completo, ese sí sería un trabajo, eso sí lo haría con gusto», pensó con su clásica media sonrisa de resignación.
Revolvió los papeles de su escritorio, ningún pendiente, nada excepto alguna vez beber un buen café. Una sombra se materializó en el cristal esmerilado de su despacho. Con curiosidad observó que el picaporte de la puerta giraba decidido. Un hombre alto, gordo, de negros y descuidados bigotes entró mirándolo con curiosidad. El pésimo gusto para vestir, los largos pelos que salían de la nariz, y la brillante calva que completaban la fisonomía del desconocido visitante despertaron su interés, abrió sus ojos buscando aprender de memoria cada rasgo de su extraño visitante. -¿Usted es Mr. S. Investigador Privado?-dijo el visitante con una vocecita aguda que para nada correspondía con su tamaño y apariencia. -Sí, ¿en qué puedo ayudarlo? respondió Mr S., perdiendo interés al comprobar que era uno más de los tristes personajes que había conocido en sus treinta y siete años como investigador. «Otro esposo engañado», pensó con desilusión.
-Usted es bueno, muy bueno. Usted me descubrió, por eso vine- dijo el visitante al borde de la histeria mientras sacaba un negro revolver calibre treinta y ocho. Con mano temblorosa disparó tres veces. Falló en dos, su único acierto resultó mortal.
«Así que soy muy bueno» alcanzó a pensar Mr. S., recordando que durante treinta y siete años había pensado en sí mismo como un mediocre aficionado que jugaba a ser profesional. Con horror comprobó que no tenía ni la más mínima idea acerca de la identidad del visitante, jamás lo había visto. En medio de un suspiro de desengaño murió. Nadie lo extrañaría.
Mientras suena: Paint it black. The Rolling Stones.