A esa hora de la mañana los cerros son una sombra detrás de las nubes, aun no hay cielo. Las calles se llenan poco a poco, un estudiante corre apurado en dirección a la carrera Séptima, una mujer madura muy abrigada ofrece café y agua aromática, la dueña de la cafetería trapea el piso y alista todo para el desayuno de sus primeros clientes.
Caminamos en silencio hacia el parque. Al llegar me inclino con cuidado, sin hacer ningún movimiento brusco y suelto la hebilla de la correa, al sentirse libre Moncho corre con torpeza y espanta a las palomas que picotean entre la hierba. Día a día Moncho intenta cazar una paloma y no lo consigue, está muy lejos de conseguirlo.
Moncho llegó a mi vida hace un mes. Es un criollo de cinco meses, negro con el pecho blanco, patas largas y finas, ojos vivaces y orejas a medio camino entre caídas y levantadas. Es, tal y como yo lo veo, un perro hermoso y elegante.
Los primeros días, como en toda relación de cualquier índole, fueron los de acople. Charcos y otras sorpresas en sitios insospechados, muebles mordisqueados, medias desaparecidas, zapatos que no serán usados otra vez. También lametazos en la cara y en las manos, una cola que se agita a tal velocidad que pareciera capaz de hacer volar a su dueño.
Apenas un mes, muy poco para una vida humana, mucho para un perro y mucho más para un cachorro. Para él ha sido tanto el tiempo que ha sido capaz de enseñarme que la paciencia, la dulzura y el amor son las mejores herramientas de educación, que la alegría del ya, del ahora se compone de cosas sencillas: comida, un techo, una cama, un paseo por el parque, una caricia inesperada, que por lo general viene seguida de un lametazo también inesperado. También me ha enseñado que la felicidad es ver a la gente que uno quiere y demostrárselo.
En solo un mes Moncho ha sido una descarga de energía y felicidad, de algún modo hace que madrugar sea más fácil, no es un deber, es el inicio de otro día feliz, como Moncho que recibe cada día batiendo su cola, no le importa si es lunes o sábado, si llueve o si hace sol, a él le alegra despertar y es inevitable contagiarse de su alegría.
Acá estamos Moncho y yo en su primera visita a la veterinaria.