Archive for the ‘Familia’ Category

El cazador de palomas

septiembre 8, 2015

A esa hora de la mañana los cerros son una sombra detrás de las nubes, aun no hay cielo. Las calles se llenan poco a poco, un estudiante corre apurado en dirección a la carrera Séptima, una mujer madura muy abrigada ofrece café y agua aromática, la dueña de la cafetería trapea el piso y alista todo para el desayuno de sus primeros clientes.

Caminamos en silencio hacia el parque. Al llegar me inclino con cuidado, sin hacer ningún movimiento brusco y suelto la hebilla de la correa, al sentirse libre Moncho corre con torpeza y espanta a las palomas que picotean entre la hierba. Día a día Moncho intenta cazar una paloma y no lo consigue, está muy lejos de conseguirlo.

Moncho llegó a mi vida hace un mes. Es un criollo de cinco meses, negro con el pecho blanco, patas largas y finas, ojos vivaces y orejas a medio camino entre caídas y levantadas. Es, tal y como yo lo veo, un perro hermoso y elegante.

Los primeros días, como en toda relación de cualquier índole, fueron los de acople. Charcos y otras sorpresas en sitios insospechados, muebles mordisqueados, medias desaparecidas, zapatos que no serán usados otra vez. También lametazos en la cara y en las manos, una cola que se agita a tal velocidad que pareciera capaz de hacer volar a su dueño.

Apenas un mes, muy poco para una vida humana, mucho para un perro y mucho más para un cachorro. Para él ha sido tanto el tiempo que ha sido capaz de enseñarme que la paciencia, la dulzura y el amor son las mejores herramientas de educación, que la alegría del ya, del ahora se compone de cosas sencillas: comida, un techo, una cama, un paseo por el parque, una caricia inesperada, que por lo general viene seguida de un lametazo también inesperado. También me ha enseñado que la felicidad es ver a la gente que uno quiere y demostrárselo.

En solo un mes Moncho ha sido una descarga de energía y felicidad, de algún modo hace que madrugar sea más fácil, no es un deber, es el inicio de otro día feliz, como Moncho que recibe cada día batiendo su cola, no le importa si es lunes o sábado, si llueve o si hace sol, a él le alegra despertar y es inevitable contagiarse de su alegría.

 

Acá estamos Moncho y yo en su primera visita a la veterinaria.Moncho

El cuaderno que me regaló mi hermano

marzo 4, 2015

Mi hermano me regaló un cuaderno. Lo trajo de un viaje en el que se fue a mochilear en un país en los que cae nieve. Es muy jodido cargar cosas adicionales a las necesarias cuando uno está mochileando y peor si toca caminar con temperaturas bajo cero.

La tapa del cuaderno es una foto de un cielo azul, hay una nube blanca y pequeña perdida en ese cielo. El cuaderno tiene nombre, se llama Skywritting. Por dentro es una extensión de la tapa, cielos azules acompañados de unas cuantas nubes blancas. El tipo de cielo que uno imagina cuando piensa en un día ideal para salir a caminar.

He tenido muchos cuadernos a lo largo de mi vida, no me refiero a los cuadernos del colegio ni a los de la universidad, me refiero a varios cuadernos en los que he escrito con libertad, lo que que se me daba. Solo que nunca había tenido un cuaderno tan bonito y tan importante.

Durante un buen tiempo el cuaderno estuvo sobre mi escritorio, por las noches, al llegar de trabajar, lo miraba, pasaba las hojas y volvía a dejarlo en su sitio. Saqué el esfero más bonito que tengo y lo puse sobre la tapa del cuaderno. El esfero es rojo brillante; a la luz de las tardes de los días de sol, el azul del cuaderno y el rojo del esfero hacen un contraste como para tomarle foto, subirla a red social y posar de interesante.

Una tarde de diciembre vi una señora embarazada cruzar caminando una de las carrileras por las que todavía pasa el tren. La señora acariciaba su barriga, sonreía y le hablaba a su bebé. A la señora le importaba un carajo si alguien la estaba viendo, en ese instante en todo el mundo solo existieron ella y su bebé. Continué mi camino, aflojé el paso y repasé la escena. En ese momento entendí que el cuaderno había hecho ese viaje hasta mi escritorio para ser llenado con escenas de ese tipo. Ahora, estoy en pleno entrenamiento, busco escenas para mi cuaderno. No es un cuaderno cualquiera, además de ser muy bonito es un regalo de mi hermano.

 

Postales de la casa de la abuela

agosto 22, 2014

I.

Rocky llegó a la casa de la abuela por un enredo de celos que terminó en divorcio. La primera vez que la vi aun era macho, por eso se llamaba Rocky, cabía sobre una de mis manos a pesar de mis doce años. Rocky empezó a temblar y se orinó sobre mi chaqueta. La acaricié y le hablé con suavidad hasta que dejó de temblar. Rocky salía al patio a jugar con todos los primos, movía su cola y perseguía una pelota con la torpeza de los cachorros. Al poco tiempo mi abuela descubrió que Rocky era hembra y la regaló. Cuentan que su nueva dueña la llamó Pinina.

II.

Menudencias era un pollo de piñata. Nadie daba un peso por él. Se suponía que no iba a sobrevivir. Mis tíos, que eran muy jóvenes en esa época, tanto como para ir a piñatas, le armaron una casa en el patio. Yo bajaba a jugar con el pollo, aún no tenía hermanos ni primos. De algún modo Menudencias sobrevivió y se convirtió en un gallo de cresta roja y ojos alertas. Un día lo cocinaron y yo no quise comer.

III.

Mi abuelo tenía un Renault 4 blanco con una franja roja. El único R4 bicolor que ha existido en Bogotá. Cuando yo lo conocí ya era lento, los puentes los subía con esfuerzo, parecía que no iba a poder pero siempre podía. En el R4 paseábamos mi abuelo, mi abuela, dos de mis tíos, mi hermana y yo. Cuando pasábamos bajo algún puente mis tíos nos decían a mi hermana y a mí que nos agacháramos, de no hacerlo no cabríamos. Siempre lo hicimos.

Los muchachos

julio 7, 2014

I.

Uno de los primeros recuerdos de infancia que tengo es ver a mi papá saltar y romper una lámpara de techo. Estaba celebrando un gol de Colombia. En aquellos años no ganábamos nunca. Crecí viendo a mi papá sufrir y gozar por el fútbol.

Para el mundial del 94 mi papá fue a Sanandresito y compró el televisor más grande y moderno de la época. Quería ver los goles de la selección de la mejor manera posible. El amor de mi papá por el fútbol murió, ya venía herido, la madrugada en que asesinaron a Andrés Escobar.

II.

En junio de 2014 mi hermano y yo, herederos de la pasión futbolística de mi padre, creíamos. Con cautela, pero creíamos. Mi papá observaba desde lejos, sin involucrarse. Y entonces sucedió. Los muchachos jugaron y ganaron. Y ganaron bien.

III.

El profe Pékerman da una instrucción y Faryd se quita el peto. Faryd a sus cuarenta y tres años va a jugar los últimos minutos de un partido que los muchachos ganan. Faryd y el profe se abrazan y es demasiado para mí. Empiezo a llorar y no pararé hasta cuando se acabe el partido. Mi hermana llora emocionada, mi papá nos mira, parece que va a decir algo, se arrepiente y sigue mirando el partido.

IV.

James la para de pecho, gira y hace el gol más bonito que yo haya visto en un mundial. Grito hasta que me duele la garganta. En medio de la locura alcanzo a ver a mi papá celebrando. Ha vuelto el brillo a su mirada después de dieciséis años.

V.

Esperamos a que pase el bus de la selección. Hay tanto ruido de cornetas, vuvuzelas y cantos que es casi imposible hablar entre nosotros.  Ahí vienen, grita alguien. Veo al profe Pékerman agitar una bandera de Colombia y lloro de nuevo. Mi primo no puede parar de llorar, por fin se libera de cosas que un niño de catorce años no debería haber vivido. Gracias a los muchachos puede desahogarse.

El bus se aleja, miro a mi hermana y a mis primos. Tenemos los ojos rojos y la sonrisa gigante.

VI.

Durante veinte días vivimos un carnaval. Algo que nunca había visto y que deseo repetir. Los muchachos lograron eso. Jugaron con ganas, convencidos de lo que hacían. Cada vez que hacían un gol celebraban juntos, con alegría. Jugaron como amigos y qué difícil es ganarle a un equipo de amigos.

Estos veinte días vi enamorarse de la selección a personas que nunca antes se habían interesado por el fútbol. Nos regalaron veinte días en los que creímos, nos tuvimos fe, nos unimos.

Gracias por tanto, ojalá pudiera abrazarlos a todos, en especial al profe Pékerman, el papá de esa banda de muchachos sonrientes que nos hicieron tan felices.

 

 

 

Mi abuela

enero 21, 2014

Tengo la imagen de mi abuela sentada en el comedor de su casa, rodeada de hijos y nietos, la escuchamos divertidos. Mi abuela es una de las mejores narradoras que conozco. Tiene una gracia natural para contar que le fluye sin darse cuenta. Logra captar la atención de quién la escucha, imita tonos de voz, parafrasea con agudeza y justo en la frase final de sus historias logra dar el giro que provoca las carcajadas de quienes la escuchan. 

Mi abuela debe estar conectada a un tanque de oxígeno mínimo durante doce horas. La abuela es orgullosa y dice que no lo necesita aunque obedece a la recomendación del médico y «se enchufa» a diario, como ella misma dice. Es raro verla caminar despacio, hasta hace poco tiempo caminaba más rápido que sus nietos.

Con mis primos y hermanos coincidimos en que la abuela nos ha legado un lenguaje poderoso, lleno de dichos cargados de imágenes precisas aunque vengan de otro tiempo. Para mi abuela alguien prepotente se cree la vaca que más caga. Negar las bestialidades hechas en la infancia y la juventud es una clara muestra de que ninguna vaca se acuerda de cuando fue ternera. Alguna vez tuve el pelo largo y me veía fatal, según mi abuela parecía una gallina matada a escobazos. Mi prima menor es de muy corta estatura, lo cual es una fortuna ya que eso le asegura una juventud casi eterna porque vaca chiquita siempre será ternera.

El mundo en el que creció mi abuela ya no existe. Sin embargo puedo imaginarla en una Bogotá rural muy distinta a la que me tocó a mí. Mi abuela se volaba por el techo de su casa porque se aburría encerrada, montaba en carro esferado con los demás niños del barrio, se peleaba a puños con el que se metiera con sus hermanos. Ya no se escapa, ni pelea, ni maneja carro esferado; sigue contando historias, a pesar de sus años y limitaciones físicas sigue llena de berraquera y vitalidad. Si llego a viejo quiero ser como mi abuela.

Mi abuelo

diciembre 4, 2013

Mi abuelo baja al primer piso de su casa y no puede volver a subir porque se le olvidó dónde están las escaleras. Mi abuelo desayuna dos veces,  se come el desayuno de mi abuela porque olvida que ya lo hizo. Mi abuelo a veces trata de ponerse dos pares de zapatos a la vez. Mi abuelo se cambia la ropa tres veces al día porque no sabe si está en pijama o no y prefiere asegurarse.

El doctor dice que tengamos mucha paciencia, lo que él tiene es irreversible y empeora cada día.

Mi abuelo descubrió que su mamá y su hermana eran en realidad vecinas de su mamá. Mi abuelo descubrió a los diez años que su mamá lo había regalado a las ricachonas del barrio. Mi abuelo se colinchaba del tranvía porque era lo que hacían los volantoncitos del barrio y él quería ser arriesgado como ellos.  Mi abuelo fue árbitro del partido de fútbol más largo de la historia, lo terminó cuando el equipo de los loquitos del hospital de Sibaté empataron.

Mi abuelo se apaga con lentitud pero sin pausa. Se lleva historias, recuerdos, palabras, imágenes de una Bogotá que se fue.  Nos deja historias, recuerdos, palabras, imágenes, mamá, tíos, primos. Mi abuelo confunde a mi mamá con su mamá, la que lo educó o sea la verdadera, y eso me parece a mí el gesto de amor más bonito.

¿Qué ven los perros?

octubre 25, 2013

Mi primo A no habla con nadie. Se sienta lejos de los demás a escuchar todo lo que hablamos. A veces se queda con nosotros por un instante, no mucho, cinco, diez minutos. Parece que le entra un desespero imposible de disimular porque empieza a mover una pierna cada vez más rápido, cuando ya no puede más se levanta y se sienta en un cuarto a oscuras desde donde nos mira y nos escucha.

La última vez que nos reunimos todos los primos y tíos A salió cada veinte minutos a fumar. Fumó una cajetilla entera en el rato que estuvimos reunidos. Los doctores dicen que si sigue el tratamiento y se toma los medicamentos a diario puede llevar una vida normal. Los doctores no lo ven en su día a día. Supongo que no saben, o les da igual saber o no, que no trabaja, no habla, solo mira, escucha y fuma.

Paco, el perro de mis primas es un criollo mezclado con labrador. Es noble y juguetón. Tiene el color chocolate de su mamá y el tamaño mediano de su papá. Yo solo lo he escuchado ladrar cuando se le vuelan las palomas que con tanto esfuerzo trata de cazar y cuando llega Pascual, el gato de los vecinos con quien son muy buenos amigos. Paco le ladra a mi primo A cada vez que lo ve, se le para el pelo del cuello y lo sigue con la vista. A mi primo A no solo le ladra Paco. También le ladran los perros en la calle y los perros de mis demás primos. A no es peligroso. Nunca ha agredido a nadie, ni siquiera dice groserías. Sin embargo carga una navaja. Yo lo sé, la he visto. Me pregunto qué ven los perros cuando él está cerca, qué sienten. Tal vez tienen la misma sensación que yo, A es un volcán dormido que un día va a explotar.

Arnoldo y la oveja amarrada

octubre 2, 2013

Arnoldo fue el último que vivió en el Portachuelo. Ahora, la casa, minúscula y oscura, que construyeron los bisabuelos está abandonada. Sigue en pie porque las cosas antes se hacían para durar. La última vez que vi a Arnoldo ya estaba muy flaco. Tenía un saco verde de lana que parecía haber sido un uniforme de colegio, un pantalón de pana lleno de manchas de pasto, su tradicional sombrero y botas pantaneras negras. Arnoldo flotaba entre la ropa. Al verlo correr, como un espantapájaros que de repente cobra vida, me pregunté si alguna vez esa ropa fue de su talla.

En esa época todavía se cultivaba en Toca. Los terrenos aledaños al Portachuelo estaban sembrados de cebada. Había una franja de hierba que rodeaba la casa, e iba hasta los muros que quedaban en pie de la casa vieja. En esa franja verde pastaban las ovejas, un perro criollo de color amarillo dormía en el pasto, a veces se ponía panza arriba para que Arnoldo le rascara la barriga. Una de las ovejas estaba amarrada a una estaca clavada en la tierra. La soga le daba un campo de acción de unos dos metros a la redonda. Alrededor de esa oveja se reunían las demás, incluidas las crías. Era la única amarrada. Supuse que era el macho dominante del rebaño y que próximas a él se ubicaban las demás. No me convenció mi teoría, la oveja amarrada carecía de cuernos; en cualquier caso, era solo una idea, la única que se le ocurrió a un tipo llegado de la ciudad que solo conoce de animales por documentales que ha visto en tv.

Busqué a Arnoldo para preguntarle por qué esa oveja en particular estaba amarrada. Lo encontré en la cocina, soplaba con cuidado el carbón de la estufa para calentar un tinto. «Porque así se hace», me respondió y soltó una carcajada. Cada vez que decía algo, Arnoldo reía. Nunca miraba a los ojos, parecía incomodarlo la cercanía de la gente, nunca hacía preguntas ni iniciaba conversaciones, siempre respondía al saludo y, a su modo, contestaba  las preguntas que se le hacían. Después me explicó que así le había enseñado su abuelo a trabajar los animales y así lo había hecho toda la vida. No sabía la razón, nunca se la había preguntado.

Mi papá cuenta que Arnoldo, su primo, fue un niño normal hasta la caída. Después de eso nunca volvió a encajar. Vivió hasta los cuarenta y siete años solo, en esa casa minúscula, oscura, solitaria en medio de las lomas que rodean a Toca. La última vez que fui ya no habían cultivos de cebada, ahora todo se importa; tampoco había rebaño de ovejas, mucho menos estaba Arnoldo. La casa sigue ahí, cada vez más minúscula y oscura como si la lluvia y el viento helado la encogieran año tras año. Llegará el día en que empiece a desmoronarse, los bisabuelos serán un recuerdo borroso en la mente de otros ancianos y Arnoldo una cara borrosa bajo un sombrero. Todavía no sé por qué se amarra solo una oveja, me gustaría mucho saberlo.

Tierra

septiembre 15, 2009

El abuelo se entristece y dice que dañaron una tierra hermosa, que esa era la hacienda del doctor, el papá de la niña que murió a los seis años, que el doctor no resistió la tristeza de la pérdida, que también murió, que eran las mejores tierras. Lo escucho y le juro que trato de ver lo que él ve, claro que es más lo que ve hacia adentro y hacia atrás; trato de viajar en el tiempo y ver las mejores tierras. No puedo, no me sale la nostalgia necesaria para viajar al pasado y menos a un pasado tan borroso y lejano. Subo la cremallera de la chaqueta; click y la enésima imagen de la represa queda grabada, me pregunto cuánto tiempo dura una fotografía digital. Dos giros y ahora las fotos en blanco y negro, uno más y son sepia. Las fotos en sepia no tienen cuando. Están ahí suspendidas en un limbo. No hay casas, ni carros, ni gente, no hay tiempo, solo viento y agua, un sol que no calienta. Una nostalgia prestada, la que se siente al ver la tierra de los abuelos, la tierra que nunca fue mía y sin embargo se extraña. No hay lazos, no hay pasado, el abuelo cortó todo y emigró. Y aún así, ¿por qué extraño esas montañas? ¿por qué añoro esa vida apacible que nunca conocí?, ¿qué hay en la tristeza del abuelo que ha transmitido a sus hijos y sus nietos ?  Ni idea. Conversaciones de noches enteras no nos acercan a la respuesta. Solo sabemos que un día, así de la nada, sentiremos esa extraña añoranza y viajaremos una vez más a ver la tierra del abuelo, montañas, viento, agua.

Mientras suena: Que bien huelen los pinos. El último de la fila.

Abuelos.

julio 16, 2008

No se puede bajar esa ventana. Mejor dicho sí se puede bajar, pero después no se puede subir. Y usted sabe, acá llueve en cualquier momento.

El fin de semana pasado vi a mis abuelos, sí a los cuatro. Es cierto soy muy de buenas, no todo el mundo conoce a todos sus abuelos. Y ¿sabe algo? Me ha dado duro. El papá de mi papá ya no sabe quien soy. Me saluda «buenas tardes señor» y disimuladamente (piensa él) le pregunta a quien esté a su lado «¿ y él quién es?»… ya no reconoce a algunos de mis tíos. Sí, a mi papá sí, no ni idea porque a unos sí y a otros no. No de resto está perfecto, no le duele nada, nada de colesterol, tensión normal, todo bien. Lo más raro es que desde que tengo memoria cada fin de año él dice que el próximo será el último, y mi memoria ya abarca bastantes años. Claro, todavía sale a dar vuelta por la cuadra, antes iba caminando a todas partes, sí él es campesino, ahora solo va hasta la esquina y se devuelve, ese paseo le toma veinte minutos, además se rindió y aceptó el bastón, porque antes decía «yo bastón no uso, no quiero que me digan viejo», sí así es él, así son los hijos, y así somos los nietos, el orgullo ante todo.

Mi otro abuelo arrastra los pies, se le olvidaron las fórmulas de las aleaciones y además no ve bien por un ojo, claro que sí, él sigue buscando trabajos, pero se demora mucho y cada vez le llegan menos. ¿Sí ve esta cadena? Él la hizo, me la regaló cuando terminé el colegio, la uso todos los días. Claro, le tengo mucho cariño, no todo el mundo puede tener una cadena hecha por su propio abuelo. Le tocó dejar de manejar, eso le dio muy duro, hace poco trató de levantar un paquete de naranjas y el peso le ganó, cayó con todo y paquete. Duró todo el fin de semana triste y callado. Quiere seguir haciendo cosas, quiere seguir sintiéndose útil, pero los años no ayudan. Mire que desde muy niño como cinco o seis años he visto llorar a mi abuelo y a mis tíos, sí a los maternos, por eso cuando en el colegio decían que los hombres no lloran yo sabía que era mentira, si alguien como mi abuelo lloraba entonces cualquiera podía llorar. Así es él, así son sus hijos, y así somos sus nietos, muy sentimentales y sin miedo a mostrarnos como somos.

Sí para qué pero soy muy de buenas, mis abuelos son lo máximo.

Mientras suena: Cerrar y abrir. Los Tres.