Archive for agosto 2010

Premio

agosto 30, 2010

Con un suave giro del cuello enderezó la cabeza. Tenía que ser muy cuidadoso, no podía despertarla. Tras siete meses compartiendo la cama con ella sabía que un movimiento brusco la despertaría. Por el ruido no se preocupaba, ella nunca escuchaba el despertador. Ni siquiera escuchó la olla a presión que le explotó en la cara a la vecina del piso de abajo una madugada en la que dominada por la etapa maníaca de su enfermedad decidió cocinar fríjoles para toda la ciudad.

Durante los siguientes dos minutos y veintitrés segundos se dedicó a levantar el cobertor. Una labor agotadora, si se tenía en cuanta la lentitud del movimiento. Ahí estaba. De nuevo ante sus ojos brillaba su premio. Suspiró al anticipar el gozo que veía venir. Con manos temblorosas, retiró suavemente la venda que protegía el dedo índice izquierdo. Esas manos de dedos largos y delicados. Fue lo primero que llamó su atención. El día que la conoció no pudo dejar de preguntarse como se sentirían esos dedos largos y delicados jugando con su cara, con su pelo. No retiró la venda por completo. Dejó un pequeño trozo pegado, lo suficiente como para pegarla de nuevo y encubrir su crimen. Enloqueciendo de pasión pegó su boca a la pequeña herida que ella ostentaba en su dedo, succionó suave, sintiendo su sabor, su esencia, sintiéndola suya, toda suya. Al día siguiente ella se preguntaría porque no sanaba su herida. Y él se encogería de hombros y se daría vuelta para ocultar su sonrisa de satisfacción.

Mientras suena: Saeglopur. Sigur Ros.

Un año

agosto 23, 2010

Empujó la puerta con la práctica adquirida durante años de llegadas en la madrugada. Una paciente labor de ensayo y error le había enseñado que debía contar hasta tres mientras empujaba suavemente, al llegar a tres debía detenerse y terminar de abrir con un fuerte movimiento del brazo. Por lo general empleaba su técnica de apertura para no delatar su hora de arribo; ésta vez no quería alertar a sus padres sobre su hora de salida.

No le importó el frío de la madrugada, ni tampoco lo sensibles que habían quedado sus pies ante las bajas temperaturas después del accidente que la alejó para siempre de su pasión por las alturas. Solo quería caminar descalza sobre la hierba, sentir la humedad de la noche entre sus dedos, el suave pinchazo en sus plantas, el viento en los tobillos. Sentir. Cualquier cosa y dejar de pensar por un momento.

Cruzó los brazos para proteger las manos del viento helado que soplaba libre por la sabana, el rítmico murmullo de sus pasos sobre la hierba le recordó el compás de una canción muchas cantada bajo la ducha durante su adolescencia. Tarareando caminó hasta la cerca de madera que delimitaba el jardín. Con un movimiento ágil trepó la cerca y se acomodó de la misma manera que lo hacía cuando tenía ocho años y esperaba a que su padre llegara de trabajar. Estaba cansada. Noches enteras sin dormir, días perdidos bajo el peso de una somnolencia casi insoportable. Sacudió la cabeza, «nada de pensar» se dijo mientras miraba hacia la Ciudad de los Cerros. Unas cuantas luces diminutas demostraban que para algunas personas su día ya empezaba, o «tal vez no termina, como el mío» pensó mientras elevaba su cabeza. Eventualmente regresaría a la Ciudad de los Cerros, sin embargo, el pueblo pequeño y frío era hermoso y la posibilidad de ver un cielo lleno de estrellas  en las madrugadas de insomnio; eran razones muy fuertes para seguir allí. Sonrió iluminando el jardín. Un año entero haciendo la misma pregunta. Una respuesta esquiva que a veces parecía tan cercana, que intuía tan próxima, y sin embargo se las arreglaba para burlarla. «Pronto encontraré la respuesta», se dijo experimentando la serena alegría que solo da el cielo estrellado de un pueblo frío. Tarareando, emprendió el camino de regreso. Por fin podría dormir.

Mientras suena: What happens tomorrow. Duran Duran

Novela

agosto 16, 2010

Una barba entre gris y negra. Si estuviera limpia sería blanca. El color de su pelo es desconocido, la gorra de lana que cubre su cabeza impide saberlo. Sus ojos se esfuerzan detrás de unas gafas muy gruesas, que al parecer ya no cumplen su misión. Camina despacio entre los transeúntes, alarga un manojo de papeles arrugados y algo dice. Habla despacio y en voz muy baja. Se apartan de su camino, nadie lo escucha, nadie le responde. Sólo quiere que alguien lea la novela que le tomó veinte años y dos kilos de papeles sueltos completar. Pero La Ciudad de los Cerros no tiene tiempo, no hay un segundo que perder, nadie leerá la obra del anciano.

Mientras suena: Tanta Ciudad. La Ley.

Pandora

agosto 11, 2010

-Camine allí debajo del árbol, por acá hay mucho sapo y no quiero que oigan.

Emprendieron la marcha caminando lento, como si no quisieran llegar. Uno no estaba seguro de querer escuchar, el otro no estaba seguro de querer contar. Se sentaron, durante dos minutos observaron a sus compañeros de curso jugar fútbol en la cancha llena de barro.

-Pues fui hasta la casa. Me abrió la abuela, usted sabe que el tipo siempre dice que los papás están de viaje y que cuando lleguen se van todos, ¿no? Bueno, la abuela me contó que los papás están muertos. No se imagina el esfuerzo que hice para disimular la sorpresa. Dije que sí, que claro, que qué vaina, ¿no? terrible. La viejita daba vueltas y vueltas hablaba de todo, me mostró las matas, me contó lo que pensaba hacer de almuerzo; al final se cansó y me dijo que siguiera, que estaba en mi casa, que fuera al tercer piso, que allá estaba. Subí de una. El tipo estaba encerrado, cuando abrió salió un aire como pesado, ¿me entiende? como si llevara encerrado mucho tiempo. ¿Cuánto tiempo lleva sin venir al colegio? ¿Como tres semanas? me imagino que eso es lo que lleva allá metido. Entré y de una cerró la puerta. No se imagina, me dijo. Cuente viejo, le contesté. Me contó que salió como siempre a caminar en la madrugada, que por ahí a las tres se despertaba, que no podía dormir de nuevo entonces se iba al parque a caminar. Y que allá la encontró. ¡La encontró hermano, la encontró! ¿A quien va a ser? A Pandora. Sí señor, nada más y nada menos. Que allá estaba, con su chaqueta de cuero, su pelo rojizo y crespo, jean y converse. A esa gente solo se le encuentra en la madrugada, hermano, ¿hace cuánto se perdió esa vieja? como siete meses, ¿no?, me acuerdo que la gente decía que la veía en la madrugada caminando por la carretera, nunca les creí, yo pensaba que se había volado con algún tipo. Y lo que dicen es cierto, la vieja está más linda que nunca, usted viera esa carita perfecta, su pinta de rebelde, dan ganas de quedarse mirándola por mucho, mucho tiempo. ¿Qué como lo sé? Pues porque este tipo tiene su cadáver bajo la cama, hermano. Ya empieza a oler, pero está perfecta, hermosa. No le diga a nadie y camine esta noche y la visitamos.

Mientras suena: Creep. Stone Temple Pilots.

Ciento ciencuenta y siete

agosto 2, 2010

Tocaría hacer un mapa del cerebro, como en la película del hombre triste y la mujer del pelo color mandarina. Ubicar el punto exacto donde se encuentra el recuerdo y ahogarlo sistematica y constantemente en alcohol hasta que el recuerdo desaparezca. Y no cualquier tipo de alcohol. Tiene que ser cerveza hermano, esa que tantas madrugadas nos ha acompañado.

Ciento cincuenta y siete días no son nada. Nada si usted los compara con la totalidad de días, no digamos de una vida particularmente larga, digamos una promedio. Nada viejo, nada. Y sin embargo ahí está el recuerdo. ¿Y sabe algo? Cada vez me cuesta más recordar su cara. Porque fiel a la tradición rompí sus fotos. Eso sí, su voz y su olor aun los tengo muy adentro.

Mientras suena: Engánchate conmigo. Los Rodríguez