Finge estar concentrado en la pantalla al igual que sus compañeros de trabajo. A miles de kilómetros de la minúscula oficina en la que pasa sus horas ingresando cifras y cifras a tablas de excel dos selecciones nacionales se juegan el paso a la siguiente ronda del campeonato mundial.
Parece concentrado en los veintidós jugadores, no parpadea, respira agitado y pasa saliva. Sus ojos no siguen al balón ni a los jugadores. Están fijos en la pequeña bandera portuguesa que está en una de las esquinas de la pantalla.
Apenas la noche anterior, en otro de sus episodios de insomnio, leyó Sostiene Pereira. No ha podido dejar de pensar en Pereira, en Lisboa y en especial en lo mucho que se identificó con el protagonista. Por edad, piensa, debería sentirse más cercano a Monteiro Rossi, el filósofo que lucha contra el régimen. Pero no. Él es Pereira, otro Pereira. Refugiado en la literatura, apenas testigo de su vida, perdido en mundo lleno de fantasmas y ensoñaciones en el que poco a poco se cuela la realidad.
Lisboa, piensa y su mente viaja, recorre las calles empinadas, siente el olor del mar. Ensoñaciones. Lo cierto es que al igual que el viejo periodista, algo empieza a cambiar en su interior. Su vida adormecida y tranquila hasta el aburrimiento de pronto parece pequeña. Día a día, así busque ignorarlo, la vida en su país cambia, se hace más difícil par cada vez más gente. ¿Acaso también hay un tirano? La democracia de su país es una tiranía disfrazada, no hay un único tirano. Son cientos, tal vez miles, enquistados en la élite que hace doscientos años adormece a su pueblo con promesas y aguardiente.
El árbitro marca el final del partido. El resultado no importa. Lo que importa es que ya nada tiene sentido y él por fin empieza a notarlo. Los engranajes del cambio han empezado a girar. Comenzaron la noche anterior al abrir un libro.
Por partes 